Y digo mi médico, usando el posesivo, porque así lo consideré hasta el día triste y aciago en que nos dejó.
Estoy seguro que habrá muchas más personas que así lo consideren también, y es que la verdad, no sólo era nuestro médico, sino que además era nuestro amigo, nuestro confidente, aquel al que acudíamos en busca de consejo en las más variopintas situaciones.
Don Francisco nació en la localidad alpujarreña de Almegíjar y conoció a su mujer cuando trabajaba de maestra en Sorvilán.
Comenzó los estudios de Derecho, pero pronto conocería su verdadera vocación. Gracias a Dios, para otros muchos y para mí, acabó abandonando esos estudios y se licenció en Medicina y Cirugía.
Llegó a Guadix procedente de Guadahortuna en al año 1975 y desarrolló una ingente y extraordinaria labor, no sólo profesional, sino también humanitaria, hasta más allá de su jubilación en el año 1987.
Sus dos hijos, han seguido el camino de su padre, aunque en distintas vertientes; su hija es médico y su hijo es farmacéutico.
El 26 de febrero de 2000 don Francisco nos dejó y con su pérdida nos quedó a los accitanos un hueco que difícilmente podremos cubrir.
Don Francisco era de aquellos médicos a la antigua usanza, que no sólo se conformaban con averiguar tu mal y tratar de remediarlo de la manera más rápida y eficaz, sino que además, se interesaba por ti, personalmente, y departía contigo sobre las más variadas cuestiones como si fuera tu amigo de toda la vida.
Personalmente, sólo el visitarlo, me creaba una tranquilidad de espíritu inenarrable. De hecho fue mi confidente en las más variadas situaciones, aquellas que a mí me parecían, por mi edad, como el fin del mundo.
Siempre tenía una palabra dulce, un sabio consejo, un chascarrillo oportuno, con el que te dejaba desarmado, y aquello que a ti te parecía insalvable, con su ayuda, se volvía casi anecdótico.
Todos sabemos que fruto de esa humanidad el Distrito Sanitario de Guadix ha tenido a bien poner su nombre a una de las salas del Centro de Salud de Guadix, para perpetuar su memoria y como reconocimiento a una labor personal y profesional que va más allá de lo estrictamente laboral.
Recuerdo que una noche de invierno, por culpa de unas ricas morcillas, tuve un cólico que me retorcía de dolor en la cama. Le avisamos de madrugada y poco después estaba allí poniéndome una inyección que me supo a gloria, ya que poco después dormía a pierna suelta como si nada hubiera pasado.
Sus palabras fueron: “Dentro de un rato dormirás como los angelitos, pero no quiero que abandones la cama en dos días”.
Al día siguiente tropezamos en la calle y al verme me sonrió:
– “No te dije que al menos estuvieras en cama dos días”.
– “Sí don Francisco, pero como me encontraba mejor, decidí levantarme”.
– “Pues menos mal que te dije dos días, porque si no hubieras sido capaz de levantarte anoche mismo”.
Y es que don Francisco cuando te atendía sabía muy bien como eras, y de ese conocimiento que tenía de ti, sabía aquello que tenía que decirte y aquello que tenía que callarse.
Él sabía que por nada del mundo yo hubiera faltado a mi trabajo.
Los últimos años de su vida, anduvo delicado de salud, con una enfermedad muy molesta que le hizo pasar la última gran prueba en esta vida, pero que sobrellevaba con su eterna sonrisa siempre que te saludaba; parecía que no pasaba nada y, la verdad, es que don Francisco se estaba preparando para abandonarnos, pero no quería dejar en nosotros un triste recuerdo.
Don Francisco, gracias por todo. Sabemos que allá arriba sigues velando por nuestra salud personal y espiritual.
Jesús Roberto Balboa Garnica
Agosto 2004